No en vano al actual potífice aparece en estas líneas escritas con la misma mezcla de alegria y sorpresa de muchos. Sucede que quién ahora detenta una de las más importantes jerarquias eclesiásticas de mundo, fue hombre que transitó con sus alegrías, fracasos y tristezas, por este barrio en muchas ocasiones.
Quienes lo vieron o quienes alguna vez hablaron con él, sienten esa extraña sensación de compartir interiormente "algo" de la importancia de la metamorfosis de la persona Jorge Bergoglio en Francisco I, el actual Papa con trono en el Vaticano.
De una forma u otra es así. Porque por acá somos muchos los que lo vimos, los que hablamos con él, los que compartimos esta sensación de extrañeza que ya se irá asentando como las turbias aguas de un rio que despues de la tormenta se tornan claras y quietas.
Nos sentimos parte del orgullo de que un sacerdote habitual en nuestros momentos cotidianos (en Flores, en Caballito, en el subte de la Linea "A", en la cancha de San Lorenzo, en la Catedral de Buenos Aires), fuera elegido para tan importante misión de la que dependen muchos millones de creyentes. Es decir que nos resulta increible que esa persona, que antes tuvimos tan cercana por un motivo u otro, ahora sea el Sumo Potífice Romano.
Nos alegra también, simplementre como ciudadanos o como personas más allá de las creencias, que el inicio de su gestión sea bienvenida con tanto afecto por el resto del mundo. Que nuestra oración o que nuestros mejores pensamientos, vayan ahora hacia Francisco, el "Papa Argentino" como le dicen.
Esto solamente para que Dios lo ilumine en el buen uso de su posición como jefe de la Iglesia Católica, y como oportunidad para todos los oprimidos y los sedientos de justicia... y, quizá, para que logre infundir desde la religión, algo de temor en los poderosos y en los despiadados. Esos que cada vez son más y han convertido nuestro mundo lleno de posibilidades en un infierno.